O el inveterado arte de las promesas insulsas
Por Roque Iturralde
La antigua frase que dice “el que anuncia vende”, ha llevado a una importante cantidad de empresas a sentirse en la obligación de decir cualquier cosa con tal de hacer publicidad.
Recordemos las reglas básicas que debe cumplir una promesa publicitaria para asegurar algún éxito.
• Ser interesante
Esto significa que debe representar algún interés particular para el público. Debe hablarme de algo que yo estoy buscando, de algo que requiero o deseo, de algo que me parezca importante de lograr. Por supuesto se trata de algo que no considere obvio en la oferta de la contraparte.
• Ser única
Si lo que promete la marca X lo puedo encontrar por igual en la marca Y o en la Z, entonces mi promesa deja de ser atractiva, deja de ser diferenciadora y por tanto será incapaz de volcar la preferencia del consumidor por la marca.
• Ser cierta
Cumplir con nuestra promesa al consumidor, además de ser una obligación ética fundamental, es la única posibilidad de consolidar la credibilidad y convertir nuestros compradores en clientes fieles. Una promesa entonces debe estar en condiciones de ser demostrada.
LAS PROMESAS OBVIAS SON INSULSAS
Hay una variedad de beneficios que son inherentes a la oferta y que el consumidor considera obvios y, por lo tanto, no pueden ser exhibidos como promesas de nuestras campañas publicitarias.
Ofrecer buena atención, por ejemplo, es una triple barbaridad.
Uno, porque eso es una obligación ante un cliente. No implica ningún gancho, ningún beneficio ni interesante, ni diferente, ni único, ni siquiera demostrable, ya que se trata de un valor subjetivo, sujeto por tanto a la apreciación cualitativa del consumidor.
Dos, porque en un mundo altamente competitivo, ofrecer BUENA ATENCION es ofrecer mala atención, o por lo menos mediocre. BUENA es un calificativo pobre frente a (por ejemplo) una atención SUPERIOR, o EXCEPCIONAL… por citar sólo un par de ejemplos.
Tres, porque en realidad no dice nada que agregue valor a la oferta, no importa si ésta es la de un banco, de un distribuidor de computadoras, de un hospital o de un bar. En buenas cuentas, no es creativa, no es memorable, no es diferente, no es nada.
De la misma manera, resulta insulso argumentar que en este restaurante la comida es buena, que en este hotel las habitaciones son limpias, o que este auto que yo le ofrezco es de buena calidad.
PROMESAS DUDOSAS, PROMESAS PELIGROSAS
Resulta lógico pensar que un banco, por ejemplo, debe ofrecer a sus clientes, por sobre todo, una honestidad a toda prueba. La confianza de la gente en el sistema es lo único que hace posible que éste se sostenga y que, por tanto, cada banco tenga opción a un pedazo del mercado.
Es iluso, aunque no lo parezca, insistir publicitariamente en la honradez de nuestro banco. Como es una característica que debe acompañar de manera inseparable al banco, argumentar sobre el hecho de que nosotros la poseemos, es poner en duda que los demás la tengan, por lo tanto poner en duda la honestidad del sistema financiero y por reflejo ponernos nosotros mismos en duda.
Es más eficiente, más técnico, más adecuado, exhibir como argumento la confianza con que la gente nos ha premiado a través del tiempo, por ejemplo, porque eso deriva necesariamente en una consolidacieon de nuestra imagen de seriedad y honradez. Pero, argumentar que somos honrados es de una ingenuidad que rebota.
El público tiene la curiosa costumbre de desconfiar de las promesas que se le hacen. Lo primero que tiende a pensar es lo contrario de lo que usted le dice. En este principio se basa el éxito que logran aquellas marcas que admiten algo negativo sobre sí mismas. Al hacerlo logran que el público inmediatamente le confiera lo positivo. Así, si decimos que algunas personas opinan que el Cadillac coupé de ville tiene el problema de ser un poco largo para los garajes standard, el público automáticamente lo admite como cierto y, de inmediato reflexiona: “claro que es largo, pero es maravilloso, lujoso, espacioso, único, clásico, excelente…”
Con los argumentos sucede algo parecido aunque contrario. Si yo digo que soy honrado, la pregunta de inmediato es ¿será cierto? Será como esas personas que antes de decir una frase suelen aclarar “para ser franco, debo decir que …”. Su afirmación provoca una duda: ¿será que siempre es franco, o será que solamente lo es cuando lo anuncia previamente? Si en realidad es honesto, por qué le hace tanta falta mencionarlo?
APLAUDIRSE ANTE EL ESPEJO ES INSULSO
Parece irreprimible la tendencia de algunos anunciantes a exponer como promesas aquellas características que les llenan de orgullo. Algunas veces es un comportamiento vanidoso, la mayoría de las ocasiones es un comportamiento miope.
Al consumidor le resulta poco importante saber que “somos los líderes en el mercado” o que “tenemos la mejor instalación industrial”, que “contamos con moderna maquinaria” o que “ahora atendemos en nuestro local propio” o “que somos el más grande”. Todas esas argumentaciones hablan de uno mismo, están ahí para que los dueños de las empresas se sientan orgullosos de sus logros personales o corporativos, sirven para “darse lija” frente a sus amigos o a sus competidores, pero al público, en la práctica rara vez le sirven de algo.
Debemos exceptuar los casos en que este tipo de afirmación redunda en beneficios para el usuario o consumidor. Si la teconología recientemente instalada garantiza una total higiene del producto, por ejemplo, será interesante y ayudará en las ventas; pero seguramente nada cambiará la calidad del pan que consumimos en el desayuno, saber que la panificadora trabaja en local propio.
Contar con la más avanzada tecnología italiana, será un muy buen argumento si el negocio es vender spaguetti pero poco le importará al consumidor si va a comprar cepillos dentales.
EL VIEJO ARGUMENTO DE LA EDAD
La antiguedad de un negocio es otro factor crítico. En la mayoría de los casos sustenta una experiencia importante en el “saber hacer las cosas” y esto definitivamente aporta en su comunicación. Pero hay dos consideraciones que deben ser muy seriamente tomadas en cuenta al momento de exhibir la edad.
Una. Cuidado vincule su marca con una imagen anticuada. Sea honesto, revise su organización y si sus servicios, productos, presentación, mantienen rezagos anclados en los viejos tiempos, mucho ojo. Sus cincuenta años de experiencia pueden convertirse en un tormento.
Dos. Mida verdaderamente sus años y valore su experiencia. Si en el mercado hay alguien en su categoría que puede exhibir una partida de nacimiento de hace más de medio siglo, no se gaste usted anunciando su décimo cumpleaños.
Tres. Los años por si solos, simplemente son prueba de una gran capacidad de aguante, pero pueden ser excelentes aliados cuando se los asocia con otras características de la marca. “50 años liderando los cambios tecnológicos”, “80 años sin un solo reclamo por la calidad de nuestros productos”. Los años pueden ser mejor expresados si hacemos algunas conversiones matemáticas que puedan resultar interesantes y útiles, por ejemplo: “más de treinta millones de kilómetros recorridos”,”10 millones de clientes satisfechos”…
En fin, recuerde que más que una simple promesa, su publicidad debe persuadir, convencer, invitar con suficiente capacidad motivadora para acercar hasta la marca a un cliente a quien, finalmente, debe cumplir sin restricciones, sin peros, sin áreas a medias, sin mentiras.
Cuando sienta la necesidad de hacer publicidad simplemente por estar presente, piénselo bien; seguro encontrará algo importante que decir. Si no lo encuentra, tome una decisión honesta y quédese callado.